UN DIA INESPERADO
UN DÍA INESPERADO
Tenía el palo de amasar en la mano, lo golpeo sobre la mesa
con fuerza cuando vio entrar a Pablito enfiestado, este, salió corriendo
cuando vio a su madre con tal arrebato de furia. El pan fue a parar dentro del horno casero, con toda la ira
que doña Blanca pudiera tener en ese momento, mientras, Pablito escondido en el
galponcito del fondo, esperaba que su madre se calmara y su borrachera también
Julio no volvió a sentir tanto dolor, desde aquella vez que
sufrió aquel terrible accidente hasta hoy en que ella se marcho. Refugiado en
su cuarto, observa por la ventana, como el frio transforma todo en un paisaje
desolado y triste, tal cual se siente el ahora.De pronto, algo lo distrae de su
melancolía, es Pablito que corre a refugiarse vaya a saber donde, escapando de
su madre que le puso el ultimátum, o cambias, o te vas con tu padre.Julio sabe que la
vida continua y que mañana, tendrá que presentarse en su trabajo, en los galpones,
hombreando bolsas, porque es lo único que sabe hacer, en unos años mas tendrá
la espalda dañada, como todos allí, envejeciendo a temprana edad, donde los
surcos en el rostro aparecen antes de lo previsto, por causa del frio, el
viento y la tierra, que no perdonan la piel.Como si fuera tan fácil olvidar, a aquella que se marcho tan
solo porque la soledad del campo la deprimía tanto, que se la pasaba encerrada
todo el día en su dormitorio , acostada, haciendo y desasiendo las maletas,
como si desojara una margarita, me quedo, me voy, hasta que finalmente se fue.Los mates calentitos
y el pan casero de doña Blanca su madre, la que no se atreve a preguntar, ni
falta que hace, si el rostro quebrado y ausente del muchacho lo dicen todo. La jornada ha terminado, el sol va cayendo, se huele a guiso
que viene de la cocina, las mujeres vienen y van, ayudando a Blanca a preparar
la cena, los trabajadores no tardaran en llegar, hambrientos ,devorando todo lo
que haya en la mesa.
El antiguo sillón de cuero luce impecable, lustrado por Serena,
la trabajadora del lugar que lleva años sirviéndoles a los Mejías, fue refugio
del trasero de Méndez, que había quedado tieso, después de dieciocho horas de
viaje en tren de segunda, con asientos de madera, que tan miserablemente, los Mejías
habían gastado para enviar a la estancia al viejo contador.
A que había venido Méndez, era la pregunta que todos se
hacían, jamás había puesto sus delicados pies en el campo, solo se lo conocía
de nombre. La curiosidad los desborda, están reunidos como nunca en el patio,
sentados alrededor de la pequeña mesa. Los
trabajadores huelen mal , algo podrido se trae este viejo altanero y
presuntuoso, que en estos momentos se encuentra recorriendo el lugar, dicen los
que lo vieron, que sus botas de cuero están embarradas y llenas de bosta, que
esta a las arcadas porque no aguanta el olor de los corrales.
Dos días después, los trabajadores fueron informados que la
estancia estaba en quiebra, por lo tanto pronto vendrían los nuevos dueños, la
condición de estos, querían el lugar sin empleados. Méndez, en representación
de los dueños los indemnizó a todos como marca la ley, ni un peso mas ni uno
menos, todo terminó.
Si digo que en algunos casos, pasaron hasta tres generaciones,
viviendo y trabajando en el lugar, algunos se sienten como si tuvieran que
exiliarse en la ciudad, como si a un pájaro le hubieran cortado las alas,
créanme no estoy exagerando, el desarraigo es doloroso y cruel, para los que no
conocieron otra cosa que la tranquilidad y la sencillez del campo y toda su
naturaleza, por mas dura que fuera la vida allí.
Aquel día, que
subieron al carro con todas sus pertenencias rumbo a la ciudad, Pablito tendría
que dejar su vida de vago, doña Blanca, deleitara a otros con su pan casero y
las comidas sabrosas que hacia para los jornaleros, la cocinera de la estancia
desocupada y con un futuro inmediato lejos de allí, las
espaldas de Julio bendijeron al tío Constantino, que les había conseguido
trabajo en una fábrica.
Ya todo cambiaria en el cemento, no vería mas aquellos atardeceres en que mirando el horizonte, el cielo y la
tierra parecen unirse, el trinar de los pájaros por las mañanas calentitas del
otoño, con olor a pan casero y mate cocido de doña Blanca, el olor a leña que
sale por todos lados, el viejo molino, donde solían guardar las bebidas en el
pozo, para que se mantuvieran fresquitas,
el aromo en flor en la entrada del chalet de los dueños, al que el se
deleitaba todos los años con su aroma, el
sulki, los caballos, el arado, noches estrelladas, todo gira en su cabeza y ya
se siente el nudo en la garganta, ya no vera mas todo aquello que fue parte de
su vida.
Ahora el campo
agoniza en la distancia, en aquel inesperado día, que lo sorprendió
deshaciéndose obligadamente de sus simples cosas, entonces se pregunta si las
estrellas en la ciudad, se verán de la misma forma, se pregunta si aquella que
se marcho, si hubiera sabido que terminarían en la ciudad, se hubiera quedado,
o tal vez en el fondo el lo sabia, todo era una escusa, simplemente no lo
quería.
Que hermoso tu texto! :) me ha gustado mucho, es muy emotivo!
ResponderEliminarTe invito a que visites mi blog http://withmylovedbook.blogspot.mx/ :3
Gracias Merary, pasare por tu blog, con mucho gusto.
ResponderEliminares entrañable, con añoranzas y perfumes antiguos que se huelen conforme se va leyendo un texto de inmersión emocional, escrito con la sensibilidad artística que te caracteriza. Gracias por tus letras,Estela.
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