domingo, 1 de diciembre de 2013

LA SEÑORA BROWN

                                        

EL MENSAJERO
El viaje en tren fue agobiante. Descendí en el andén de la ciudad de Santa Clara que  curiosamente tiene nombre de mujer. Está rodeada de montañas y en su paisaje otoñal la niebla ya se hace presente en esta época del año. Las construcciones de las casas son tan antiguas que pareciera que el tiempo no hubiera transcurrido.
El frio me cala hasta los huesos, bajé el ala de mi sombrero y envolví mi rostro con la bufanda, ni mi sobretodo largo ni mis guantes podían resguardarme del clima del lugar. Caminé rápido, quería llegar lo antes posible a la casa de la señora Brown, seguramente allí me darían café caliente y descansaría un rato del viaje.
En el camino pude observar mucha gente mayor, supuse que los jóvenes se habrían ido a la ciudad a estudiar o a trabajar como sucede en los pueblos o ciudades chicas.
Según supe la familia Brown es una de las más ricas del pueblo y la más antigua, ya que fueron unas de las fundadoras, además de ser una familia numerosa.
Antes de emprender mi viaje trate de saber algo mas de ellos y me contacte con una persona conocida de Santa Clara, la que me dijo que la señora vive sola en su casa, y es visitada diariamente por su familia. Quedó viuda hace algunos años y desde entonces no se la ve.
Según cuentan ella y su esposo estaban distanciados tras la muerte de su hija Sara, que perdiera la vida en un viaje, lo que paso a ser un misterio del que nunca mas se habló.
Cuando el señor Brown enfermó su esposa no lo cuidó, ni lo lloró en su muerte. Es por esto que mi curiosidad por llegar y conocer a esta mujer me invade cada vez más.
Un llamador con la imagen de un león es presionado por mis manos una y otra vez en la antigua puerta de algarrobo, imagino cuando fue la última vez que atravesó el umbral, es entonces que me atiende una mujer que por su apariencia presiento que es una empleada.
La casa huele a viejo, a humedad, el empapelado de las paredes ha perdido su color con el paso del tiempo. Ya en la sala puedo observar que esta decorada con muebles de época, un piano parece olvidado en un rincón de la sala, como si nunca mas las manos de una mujer volvieran a acariciar sus teclas y lo que si me llama la atención que hay solamente un retrato, me detengo ante el y lo observo, los ojos de la joven allí retratada no me son desconocidos.
El hogar esta encendido, muy cerca de el esta Clara Brown, sentada en una mecedora. Una manta cubre su falda. Observo sus cabellos blancos y sus hermosos ojos azules, huele a jazmines y me da la sensación que es suave como el terciopelo. Me sonrie, su voz apagada me invita a sentar. Huelo a chocolate caliente que viene de la cocina, me quedo mirándola, la mujer me ha cautivado con su belleza otoñal y por un momento trato de imaginarla joven.
-No acostumbro a recibir a nadie-me dice-pero tratándose de usted.

-Señora, no voy a quitarle mucho tiempo-la empleada me sirve el chocolate al que saboreo con placer, no se si por el frio o el cansancio, pero realmente esta delicioso.

-Señor, recibí su carta, recuérdeme su nombre por favor -quizás había

olvidado mi nombre o lo hacia para asegurarse que realmente era yo quien

le había escrito.
-Vergé, Simón Vergé señora.
-Usted ha venido a traerme noticias de mi hija Sara. La debe conocer bien -se quedo en silencio, pensando, con la mano derecha apoyada en su corazón
-¿Sabe lo que paso entre nosotras?-
Con un movimiento de cabeza le dije que si.

-¿Entonces sabrá que no la pude perdonar? - me miró y comprendió que yo

sabía todo, aunque era obvio que ignoraba una parte de esa historia - Voy a

confesarle un secreto que llevo guardado hace más de veinte años y usted ha

venido a ponerle paz a mi alma. Cuando paso todo aquello le pedí que se

fuera de la casa y así lo hiso. Su padre jamás me lo perdono -mientras me

dice todo esto, su mirada esta perdida en el tiempo, da la

sensación que no esta aquí.  Y continuó diciendo -Nunca más me hablo y

nos amábamos, pero aquello destruyo su amor.

El consentía a Sara, era su luz.

Cuando supo que se había marchado no dijo nada, solo me miro, sus ojos...

ya no eran los mismos, me dio la espalda y camino vencido hacia el

jardín ...y allí se quedo,entonces... yo entendí.

Se levanto con dificultad.Se detuvo ante al cuadro.
- Es ella, se habrá dado cuenta. Tenia dieciséis años ¿Sabe? los jóvenes de hoy son diferentes, vienen y van, no dan explicaciones. Son otras épocas. Antes esta ciudad era muy moralista….y yo también. Entonces mi corazón estaba lleno de odio- la ayude a que se sentara nuevamente- después mis hijos crecieron con la imagen que yo quise que tuvieran de Sara, dije que se había ido de viaje, días después… que había muerto  -se quedo callada un instante-  No hubo tumba…ni preguntas señor Vergé, sólo el silencio.

Un silencio gélido se hizo entre nosotros, avergonzaba y dolía, no podía creer que una mujer tan dulce albergara tanto odio en su corazón, al punto de crear semejante mentira. También entendí porque se decía que Sara había muerto hacia veinte años.
-Ya sabe mi secreto señor Vergé, mentí su muerte. Debí haberla perdonado, eso pienso hoy, al fin y al cabo era mi hija….y la amaba.
-Señora Brown -me quedé mirando la alfombra roja que estaba bajo mis pies, me quedara por siempre en la retina de mis ojos como el recuerdo de aquel momento que me toco decidir - le traigo noticias de su hija, ella me pidió que la viniera a ver.
-¡Como esta ella señor Vergé!  -lo dijo descargando toda su emoción y su culpa contenida durante tantos años.
-Bien muy bien señora.Ella tiene una familia, se caso, tiene dos hijos, mire aquí están sus fotografías -con torpeza las saque de mi billetera y se las di- son sus nietos, el muchacho es Tomas y la niña Clara como usted, puede quedárselas.
La mujer tomo las fotos, sus manos temblaban mientras sus ojos miraban sorprendidos una y otra vez las imágenes.
-¿Y va a venir, que le dijo?-su vos sonó como un susurro
-Si señora va a venir  -me quedé en silencio  -si usted quiere
-¡Dígale…! Que me perdone!!!  -le costó decirlo, le costó romper con su orgullo, me di cuenta que no le quedaba mucho tiempo de vida y se iría con la ilusión de que su hija un día entraría por aquella puerta.
-También me dio esto para que le entregara -saque de mi bolsillo una medalla y se la di. Entonces la anciana no dijo mas nada, solo rompió en llanto.
Salí de la casa dejando a Clara Brown con una esperanza, con el alivio de haber perdonado a su hija. Creo que hice lo correcto y no me arrepiento por ello.
La puerta se cerró tras de mí y comencé a andar en la noche fría de esta ciudad a la que nunca más regresaré.

Mientras voy camino a la estación de tren, recuerdo aquella tarde de otoño, en la que en mi consultorio repleto de gente, me avisan que en la guardia del hospital, donde trabajaba como medico clínico, había una mujer descompensada, deje todo y me dirigí allí rápidamente.
Era una mujer joven, vestía un tanto llamativa y su maquillaje era exagerado, estaba desmayada y las enfermeras estaban reanimándola. Volvió en si y fijo sus ojos en mi, se la veía dolorida y angustiada, no dijo nada, le tome el pulso y le pregunté-
-¿Cómo se llama señora?
-Fara Nohach
-¿Ese es su apellido?-pregunté
-¡n.o.h.a.c.h! –deletreo mientras se quejaba de dolor-¡Siempre lo hago es que nadie entiende!
-¡Tranquila, tranquila! -dije-edad
-Treinta y ocho años doctor-
-Bien,¿ qué paso?  dígame.
-Vine porque tengo un fuerte dolor en el estomago… me desmaye al entrar, es la primera vez que me pasa algo así.
-Voy a darle algún calmante y le haremos algunos estudios –además de hacerle las preguntas de rutina, la mujer se marcho  con la promesa de volver para hacerse un chequeo.
No se porque me quede pensando en ella. Ya en casa por la noche se hacia presente su imagen contradictoria, por su manera de vestir  tan vulgar y su manera de ser refinada y distinguida. Aunque fue poco lo que hablo, se le notaba. Días después mi trabajo continúo con su rutina. Mi vida tranquila y solitaria, enviude hace años y solo recibo en navidad la visita de mis hijos y nietos que viven bastante lejos
Ingresé al hospital y la vi sentada en la sala de espera de mi consultorio. Estaba mucho más demacrada que aquel día que la atendí, pero se podía notar que era una mujer todavía muy bella.
Había otros pacientes antes, los atendí pensando en ella, no podía sacar de mi mente su imágen, hasta temí que se cansara y se fuera.
Sin embargo esperó.
Antes de hacerla pasar, revise los estudios que estaban junto a su carpeta médica, lo que vi fue lo ultimo que me hubiera imaginado, estaba muy enferma y tenia que ser yo quien se lo dijera.
¡Como hacerlo! En todos los años que llevo como médico jamás me paso algo así. Siempre fui firme y duro a la hora de tomar decisiones y de enfrentar a los pacientes en situaciones como esta, pero ahora flaqueaba sin saber que me estaba sucediendo.
Como lo hice durante años, parado en la puerta del consultorio y la carpeta en la mano pronuncie su nombre, solo que esta vez me sentía como el verdugo que va a dictar sentencia de muerte a una inocente.
Ella paso inmediatamente y se sentó frente a mi, no me miraba, eso me llamo la atención, sus ojos estaban fijos  en el escritorio, como perdidos.
-Señora-dije- los estudios no han dado buenos resultados…..pero un tratamiento…no…-titubeaba tanto que ella clavo su mirada en mi y casi molesta me dijo.
-¡Me estoy muriendo! dígalo doctor, ya no hay mas nada que hacer-se levanto para irse.
-¡Déjeme hacer algo por usted! déjeme ayudarla-casi le suplique.
-¡Mejor preocúpese por los pacientes que todavía tienen buena salud! no pierda el tiempo conmigo -Salió dando un portazo. Quedé tan angustiado, no había podido manejar la situación pese a la experiencia de tantos años.
Pasaron tres días y no hice otra cosa que pensar en ella. No podía dormir.  Observaba por el ventanal la noche oscura y fría, trataba de imaginar en que lugar de la ciudad se encontraría, que estaría haciendo, como estaría viviendo sabiendo que eran sus últimos momentos.
A la mañana siguiente tome la dirección de su carpeta médica y me dirigí a su casa.
Era un barrio casi a las afueras de la ciudad, no me pareció tan desagradable salvo algunos rostros que daban temor y era mejor no mirarlos por las dudas. La casa era antigua y bastante arruinado el frente. Llamé a la puerta y me atendió una muchacha muy humilde, se notaba por su forma de vestir y porque parecía darle pudor mi presencia ya que agachaba el rostro cada vez que me hablaba. Le pregunto por Farah, a lo que me contesta.
-Ella está descansando, no sé si quiera atenderlo, no se ha sentido bien últimamente.
-Dígale que un amigo quiere verla, solo dígale eso.
-Justamente señor, ella dice que a los amigos no los quiere ver, no quiere ver a nadie.
-Mire, yo soy su medico, todavía puedo hacer algo para que ella este mejor, déjeme pasar, no le diga nada, solo déjeme pasar.
Pareció iluminársele el rostro, como si mi presencia le diera una esperanza. Me llevó a su habitación. Tenía muebles demasiados viejos, todo se veía limpio, impecable, había flores en una mesa pequeña y eso le daba un atractivo especial al lugar.
La vi desde el umbral, me saque el sombrero, parecía dormida y a la vez entregada, sentí piedad, además de unos deseos enormes de abrazarla y protegerla, me acerqué y abriendo los ojos me dijo.
-¡Que terco es doctor! No pierda el tiempo conmigo, mire que venir hasta acá y dejar a sus pacientes por mi -su vos se escuchaba cansada.
-No señora ,no se la crea. Solo pasaba. Además hoy no tengo consultorio –lo dije casi sin pensar, a lo que ella sonrió por primera vez y llamando a la muchacha le pidió que me trajera un té porque estaba muy frio y también una copa de licor.
-No quiero morir en una sala de hospital. Sola. Rodeada de enfermos y médicos. Además las enfermeras me caen mal. Prefiero que sea así, acá en mi casa -sus ojos se llenaron de lágrimas-¿Qué se puede hacer por mi?  -y su llanto me desgarro el alma -  Ya esta doctor solo hay que esperar.
-Lo que se puede hacer es luchar- le dije
-¡Luchar! ¿Porque, por cuanto tiempo?
-El tiempo no lo se. Meses, talbez uno o dos años, pero no ahora,  -lo dije con la esperanza que aquella mujer se pusiera de pie y luchara por el tiempo que fuera. Pero no así entregada, así no me decía y tenia que convencerla.
-Hay que irse con dignidad verdad doctor. Luchando, eso me quiere decir,-se quedo mirando el ventanal que ofrecía unos rayos de luz de una mañana soleada- ¿Sabe qué? Prométame…¡ pero míreme! prométame que cuando llegue ese momento, no será en el hospital, en cualquier lugar menos allí.
-Se lo prometo. Voy a cuidar de usted, no se porque lo hago, pero…
-El destino doctor tiene cosas inexplicables. Usted no sabe nada de mi, sin embargo esta aquí. Hay algo que las personas no podemos manejar. Las cosas solo pasan porque tienen que pasar. –sonrió y eso me hizo sentir que yo era su destino tal como ella acababa de describirlo.
Fui su sostén. Cuidaba de ella como si fuera mi mas preciado tesoro.
La acompañe en su tratamiento. Pase noches a su lado cuando estaba internada. En su casa junto a Carola la joven que vivía con ella desde que la encontró deambulando en las calles, muerta de hambre y de frio, desde entonces fue su inseparable compañía, su perro fiel, se sentía agradecida y verla así la ponía muy mal.
Estábamos sentados en uno de los corredores del hospital, mientras esperábamos uno de esos tratamientos que le hacían y mirándome por primera vez a los ojos me dijo  -Se va a morir-  no sé si  fue una pregunta o una afirmación, el tema que me helo el alma, que seria de nosotros cuando eso pasara, yo sentía  que me estaba enamorando de aquella mujer, que  la amaba en silencio y así seria siempre, no quería herirla, ni ofenderla con la mínima insinuación de mis sentimientos hacia ella. No le conteste, creo que ella lo comprendió.
Una vez me dijo que Sara la cuidaba como si fuera su madre, no permitía que nadie se le acercara, temía que la lastimaran.
Salíamos a caminar por el parque cuando ella se sentía un poco mejor. Fueron buenos días para ella, sonreía y su semblante se veía bien.
Jugaba como niño con las hojas secas pisándola con sus zapatos escuchando el sonido que hacían al romperse.
La tibieza del otoño nos envolvía en aquellas mañanas de sol. Hablamos de todo durante horas, menos de nosotros, no sabíamos quienes éramos, pero estábamos allí, acompañándonos.
En ese tiempo nadie la vino a ver. Realmente estaba sola. Lo que me llamo la atención es que se vestía con discreción y ya no se maquillaba, obviamente no le pregunte porque el cambio.
Fue una de esas mañanas en que caminábamos por el parque en que me dijo.
-Soy prostituta - lo dijo así ,simple y sin titubeos, como si tuviera que confesarlo porque era su obligación. No me sorprendió, solo moví mi cabeza como haciendo un gesto de que no importaba, pero ella insistió
-Es importante para mi que lo sepa. Usted es transparente, en cambio yo tengo mucho de que avergonzarme. Este es un sentimiento que empecé a tener desde que lo conocí y no se porque, usted no se merece que yo le oculte quien soy, al final de cuentas a estas alturas me hace bien decir lo que llevo dentro.
-No tiene nada que decir, yo jamás le pregunte nada, la acepto con sus silencios – realmente así lo sentía, no me importaba su pasado solo que ella estuviera bien.
-Usted me ama –otra vez esa facilidad de decir las cosas y yo sentí pudor por este sentimiento que quise ocultar porque a mis años enamorado de una mujer joven y hermosa, además, no quería que ella malinterpretara mis sentimientos – Sí, me ama, solo un hombre enamorado hace estas cosas y puedo sentirlo. ¡Sabe que yo nunca quise a un hombre! No sé lo que es amar, ve porque le digo que uno no puede escapar de su destino, uno es lo que es,.
- ¡Farah…! -no me dejo decir mas.
-Mi nombre es Sara Brown… cambie mi identidad cuando empecé a deambular por la vida  - nuevamente me sorprendió - Tenia dieciocho años cuando me fui de mi casa. Mi madre me pidió que abandonara el hogar, no pudo aceptar que yo fuera tan libertina. Creí que con el tiempo me buscarían pero no fue así y como yo se quien soy jamás me aceptarían, así que yo tampoco hice nada para recuperar mi familia.
Hasta que mi madre se diera cuenta de quien era, tuve varios amoríos en una ciudad pequeña, casi un pueblo, con mentalidad y prejuicios de la época.
A mi casa venia un amigo de mi padre, un joven casado, con dos hijos. Yo empecé a seducirlo hasta que logre lo que quería. Mi relación con el duro dos años. Me tuvo que compartir con otros ocasionales, a los que tenia cuando se me antojaba.
Yo era muy atractiva. Mi madre quería que tuviera novio, claro ella ignoraba lo que pasaba. Pero un día mi amante enloqueció y me reclamo mis aventuras, a lo que yo con toda mi insolencia le respondí que el no tenia derecho porque estaba casado.
No tuve piedad, me negué a seguir viéndolo.Mientras tanto yo seguía mi vida amorosa con otros, como siempre. Una noche el se estrello con su auto y su esposa que ya sospechaba se vino contra mi y con ella las amistades de mi familia. Mi padre me defendía, pese a que yo no se lo negué, pero el decía que yo merecía una oportunidad. Mi mamá no quiso, enfurecida me pidió que me fuera de la ciudad, creo que de alguna manera ella también cuidando el buen nombre de su familia, cuidaba también sus finanzas, que dependían del resto de los integrantes del lugar.
Así fue que me alejé. Creo haber visto la imagen de mi padre por última vez desde la ventana, tenía otros hijos y no podía arriesgarlos por mí. Supongo la vida que habrá llevado al lado de mi madre, el rencor no los debe haber dejado vivir.
-¿Quiere regresar? -pregunté
-¡Ahora que me estoy muriendo! no doctor de ninguna manera. No lo hice antes menos ahora. ¿Para encima ser una carga para ellos? ¿Sabe? Desde que lo conocí acepte mi destino. Usted ha sido la única persona que me amo tal como soy, la única persona que me cuido sin pedir nada a cambio. Camina orgulloso de mi brazo y eso me ha hecho sentir que se puede ser digna cuando uno se lo merece claro y yo no se si por mi enfermedad o por que pero usted se acerco a mi y siento que algo bueno paso en mi, quizás usted sea un ángel que me ayudo a redimirme - y sonrió.

Sara lucho, tuvo una mejoría en la que le permitió disfrutar de las cosas simples. Largas caminatas de mi brazo. Ir a pasar el día al campo junto a Carola. Cultivó plantas y las vio florecer. Sobrevivió el cruel invierno y la tibieza de la primavera con su paisaje en flor la vio sonreír  feliz.
Visitamos a mi familia en la playa. Compartimos con mis hijos y nietos aquellos días felices.
Mis hijos creyeron por su manera refinada y culta que tenia que era una médica del hospital y algo pasaba entre nosotros, no los contradije, deje que lo creyeran
Hubo algo entre mis hijos y yo que no sucedía hacia tiempo ya que los veía solo en navidad. Me di cuenta que Nicolás todavía tenia las mismas costumbres al levantarse, se sentaba a desayunar sin siquiera haberse lavado la cara y peinarse, algo que yo siempre reproche. Sebastián seguía mascando chicle y los pegaba bajo la mesa , recuerdo como me enojaba y se los hacia sacar. Vi mis nietos con cada una de sus mañas y travesuras.  Costumbres de la  rutina que tiene una familia. Fueron buenos días en los que me reencontré con mis seres tan amados .
Sara no conocía el mar, la vi caminar por la arena con sus pies descalzos. Había algo en ella que hasta me parecía ingenuo, lejos de ser el demonio que ella misma se autodefinió.  Fueron  tiempos  de bendiciones en la vida de Sara, ahora se podía decir que estaba en paz con ella misma.
Cuando comenzó a decaer entendió que se acercaba el final, entonces me dijo.
-Hay un tiempo para todo. Tiempo para equivocarse y tiempo para redimirse, para  asumir las culpas y pedir perdón, para vivir y para morir -y sacando la medalla que llevaba en su cuello dijo -llévele esta medalla a mi madre y dígale… que le pido perdón.

Sara Brown se fue una tarde de verano, en su casa como se lo prometí.
Vi  por última vez la imagen de Carola, despidiéndola en su última morada. Sola con los recuerdos como lo hace una verdadera amiga y aunque ella no lo sabe la dejo heredera de su fortuna ,que le corresponde en Santa Clara. Tengo en mi poder un testamento que hare valer cuando corresponda.

Caminé por las calles bañándome en nostalgia, buscándola en cada lugar que estuvo, en el suelo que piso, en los arboles que la cobijaron con su sombra y en la arena blanca que acaricio sus pasos. Una brisa suave acarició mi rostro, supe que era ella acompañándome en cada momento de mi existencia. Miré el cielo donde dicen que se van los mortales, entonces no vi oscuridad, solo su luz que me envolvió y estará siempre donde quiera que valla.
 Ahora estoy aquí en la estación de Santa Clara. La casa de la señora Brown ya no se ve, pienso en el destino que me llevo a estas dos mujeres en el que de alguna manera fui el mensajero de una mentira, porque las fotos que le di son de mis nietos, solo la medalla fue de Sara, pero estoy tranquilo, esa mujer se quedará con la esperanza de que algún día la volverá a ver y que las dos se perdonaron.

fin

Es Ficción

ESTELA CARUSO jaeltete

 

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