Caminaba todos los días por el mismo
parque, el mismo paisaje que formaba parte de mi vida. Había nevado y hacia
mucho frio. Entonces, descubri algo que nunca antes había visto. Una puerta al final
del camino que me invitaba a pasar. Sentí miedo. No sé que encontraría al
atravesarla. Pudo más mi angustia de no saber y crucé el umbral. Del otro
lado había otro parque, distinto al que había transitado. Su paisaje no me era
desconocido, pese a que nunca lo había visto. El sol resplandecía y me
acariciaba con su luz. Todo formaba parte de mi ser. El cielo parecía más
claro. El aroma me era familiar. Los colores me producían una inmensa
felicidad. Supe entonces, al atravesar aquella puerta, que había recuperado mi
identidad.
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