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miércoles, 10 de diciembre de 2014

La Dama de azul


Felicitas vestía de azul, de ahí que le decían la dama de azul. Era una mujer muy hermosa, demasiado hermosa para una pequeña ciudad aburrida y vieja. De rubia cabellera, su altura le daba una elegancia única, tanto que llamaba la atención al caminar por las calles.
Tenía treinta años y unos cuantos de una relación que no sabía en aquella época si era más la amante de aquel hombre que su novia. La promesa de llevarla a conocer su familia se fue desvaneciendo en el tiempo.
No había día que no disfrutara de aquel amor apasionado en aquella casita a la entrada de la ciudad, la más bonita, la que tenía aquellas camellas blancas, tan blancas como la pureza de su amor por aquel hombre. Soñaba que un día seria su esposa, dos niños correrían en el patio de la casa chiquita.
Se había quedado para vestir santos, así decían los que la conocían. Sus padres murieron y ella siguió allí entre aquellas paredes, amando al único hombre que hubo en su vida, sin importarle más. Que si había habladurías, claro que las había, imposible no haberlas en una ciudad tan pequeña. Aunque a Felicitas no le importaba, solo esperaba que el llegara y eso le alcanzaba para ser felliz.No necesitaba más.
Pero no todo sería así siempre. Un día su amor no vino. Y fueron dos y tres días sin aparecer. Hubiera sido mejor que no volviera más.
Su rostro pálido, sin poder pronunciar palabra alguna, un yo te amo, pero… y seguía en silencio.
-Tienes que comprender, es un compromiso, mi familia
Felicitas esperaba que le diera el golpe de gracia con la palabra final.
-Me caso- Así fueron las últimas palabras que ella escucho de su boca. Ella no dijo nada. Sabía que él jamás regresaría. Sintió que había sido la amante de un hombre todos aquellos años. Había sido feliz y le estaba agradecida.
Ahora todo terminaba. Así, de golpe, sin siquiera poder llorar. Porque Felicitas no lloró. No dijo nada. El tampoco, se fue en silencio, cerrando así para siempre los sueños de Felicitas, la tonta Felicitas, que creyó que algún día llegaría a algo con el hombre rico de la ciudad. Pobre Felicitas que sola y triste quedó. Si anda como alma en pena en aquella ciudad miserable, tan miserable como aquel que la amo pero pudo más su cobardía.
Se marchito cuando la tarde moría en aquella nostalgia vivida en la soledad de aquella casa sombría.
Afuera, las camelias agonizaban.
Dicen algunos, que aquella noche del diez de julio en que él se casó, se escucho un grito desgarrador que salió de aquella casa.
Después, el silencio.
Después, el olvido.
El no fue feliz, pago caro su cobardía. Vivió al lado de una mujer a la que no soportaba. Cada día de su vida fue alejándose de su esposa, viviendo solo de la apariencia.
Jamás pudo olvidar a la dama de azul.
Hoy paso por la casa, está abandonada. El pasto esta tan alto que la vivienda se ve patética. El silencio que se percibe impresiona. Nadie más entro allí desde que ella se quito la vida aquella noche trágica. Todo allí dentro esta como lo dejo, los muebles, sus cosas, sus misterios.
Dicen, que todos los diez de julio a la noche, se escucha un grito desgarrador dentro de la casa que alguna vez ocupo la dama de azul.

fin